Bienvenidos chicos de sexto primaria a la nueva aventura educativa. por medio de nuestro blog.
domingo, 16 de julio de 2017
EL TEATRO
este vídeo les ayudara a comprender los orígenes del teatro y sus elementos vistos en clase.
comunicación y lenguaje III unidad
Este video les da la importancia del seguimiento de instrucciones.
lunes, 3 de julio de 2017
sábado, 27 de mayo de 2017
martes, 23 de mayo de 2017
GRECIA
Chicos!! Este vídeo tiene información de Grecia ... sus principales rasgos étnicos, población y su religión. Me pueden comentar sus dudas ¡Feliz noche!
IMPERIO ROMANO
Chicos!! Les dejo este vídeo que tiene información del Imperio Romano ... sus principales rasgos étnicos, población y su religión. Me pueden comentar sus dudas ¡Feliz noche!
CIVILIZACIONES DE GRECIA Y ROMA
Buena noche Chicos!! Aquí les dejo un vídeo de las Civilizaciones de Grecia y Roma, véanlo y si tienen dudas las platicaremos.
lunes, 22 de mayo de 2017
EMBARAZO Y CUIDADOS
Chicos!! Buena noche, les dejo un vídeo donde encontraran información sobre el "Embarazo y sus cuidados". Todas las dudas, las platicaremos!!
LA CÉLULA
Hola Chicos!! Me gusto este vídeo que explica el tema de la "Célula", para poder compartirselos! Cualquier duda la platicamos en clase!
lunes, 24 de abril de 2017
viernes, 21 de abril de 2017
jueves, 20 de abril de 2017
Chicos de sexto primaria aquí pueden ver el vídeo de la vida del autor del cuento " El Príncipe Feliz "
Oscar Wilde. Recuerden que los datos que vean en este vídeo deben ir en la técnica del taller 2 de Literatura el cual es un Lapbook el cual debe ir en la parte izquierda la vida personal del autor;
en la parte de en medio Su Obra, es decir, todos los libros, cuentos y novelas que el escribió; en la lado derecho debe ir su vida profesional, que estudios realizo, los trabajos que desempeño.Recuerden que este taller debe ser entregado la próxima semana:
SEXTO A Y B entrega 25 de abril.
SEXTO C entrega 26
lunes, 10 de abril de 2017
sábado, 1 de abril de 2017
"El Príncipe Feliz"
Buenas tardes chicos de 6° primaria
a continuación se encuentra el cuento el cuento del cual debemos trabajar nuestro proyecto de lectura.
El príncipe feliz
Oscar Wilde
En la
parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba
la
estatua del Príncipe Feliz.
Estaba
toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa
de ojos,
dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el
puño de
su espada.
Por todo
lo cual era muy admirada.
–Es tan
hermoso como una veleta –observó uno de los miembros
del
Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte–. Ahora,
que no es tan útil –añadió, temiendo que
le
tomaran por un hombre poco práctico.
Y
realmente no lo era.
–¿Por qué
no eres como el Príncipe Feliz? –preguntaba una
madre
cariñosa a su hijito, que pedía la luna–.
El
Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz
en grito.
–Me hace
dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz –murmuraba
un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.
–Verdaderamente
parece un ángel –decían los niños hospicianos
al salir de
la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas
y sus
bonitas chaquetas blancas.
–¿En qué
lo conocéis –replicaba el profesor de matemáticas– si
no habéis
visto uno nunca?
–¡Oh! Los
hemos visto en sueños –respondieron los niños.
Severo
aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.
Una noche
voló una mi pequeña Golondrina sin descanso hacia
la
ciudad.
Seis
semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero
ella se
quedó atrás.
Estaba
enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró
al
comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río per
-
siguiendo
a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la
atrajo de
tal modo, que se detuvo para hablarle.
–¿Quieres
que te ame? –dijo la Golondrina, que no se andaba
nunca con
rodeos.
Y el
Junco le hizo un profundo saludo.
Entonces
la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el
agua con
sus alas y trazando estelas de plata.
Era su
manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el
verano.
–Es un
enamoramiento ridículo –gorjeaban las otras golondrinas–. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente
demasiada familia.
Y en
efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.
Cuando
llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo.
Una vez
que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a
cansarse
de su amante.
–No sabe
hablar –decía ella–. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin
cesar con la brisa.
Y
realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más
graciosas reverencias.
gustan
los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar
viajar conmigo.
–¿Quieres
seguirme? –preguntó por último la Golondrina al
Junco.
Pero el
Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su
hogar.
–¡Te has
burlado de mí! –le gritó la Golondrina–. Me marcho a
las
Pirámides. ¡Adiós!
Y la
Golondrina se fue.
Voló
durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.
–¿Dónde
buscaré un abrigo? –se dijo–. Supongo que la ciudad
habrá
hecho preparativos para recibirme.
Entonces
divisó la estatua sobre la columnita.
–Voy a
cobijarme allí –gritó– El sitio es bonito. Hay mucho aire
fresco.
Y se dejó
caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.
–Tengo
una habitación dorada –se dijo quedamente, después
de mirar
en torno suyo.
Y se
dispuso a dormir.
Pero al
ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó
encima
una pesada gota de agua.
–¡Qué
curioso! –exclamó–. No hay una sola nube en el cielo, las
estrellas
están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima
del norte
de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le
gustaba
la lluvia; pero en él era puro egoísmo.
Entonces
cayó una nueva gota.
–¿Para
qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? –dijo la
Golondrina–.
Voy a buscar un buen copete de chimenea.
cayó una
tercera gota.
La
Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!
Los ojos
del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus
mejillas de oro.
Su faz
era tan bella a la luz de la luna, que la mi pequeña Golondrina sintióse llena
de piedad.
–¿Quién
sois? –dijo.
–Soy el
Príncipe Feliz.
–Entonces,
¿por qué lloriqueáis de ese modo? –preguntó la
Golondrina–.
Me habéis empapado casi.
–Cuando
estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre –repitió
la
estatua–, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en
el
Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la
entrada
al dolor.
Durante
el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la
noche
bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba
una
muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había
detrás de
ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo.
Mis
cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era
yo feliz,
si es que el placeres la felicidad. Así viví y así morí
y ahora
que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo
ver todas
las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y
aunque mi
corazón sea de plomo, no me queda más recurso
que llorar.
«¡Cómo!
¿No es de oro de buena ley?», pensó la Golondrina
para sus
adentros, pues estaba demasiado bien educada para
hacer
ninguna observación en voz alta sobre las personas.
–Allí
abajo –continuó la estatua con su voz baja y musical–, allí
abajo, en
una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus
ventanas
está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada
manos
hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja,
porque es
costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso
que debe
lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las
damas de
honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del
cuarto,
yace su hijito enfermo.
Tiene
fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que
agua del
río. Por eso llora. Golondrina, mi pequeña Golondrina,
¿no
quieres llevarla el rubí del puño de mi espada? Mis pies
están
sujetos al pedestal, y no me puedo mover.
–Me
esperan en Egipto –respondió la Golondrina–. Mis amigas
revolotean
de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los gran
-
des
lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo
Rey está
allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla
y
embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de
jade
verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como
unas
hojas secas.
–Golondrina,
Golondrina, mi pequeña Golondrina – dijo el Príncipe–, ¿no te quedarás conmigo
una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la
madre!
–No creo
que me agraden los niños –contestó la Golondrina–. El
invierno
último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos
mal
educados, los hijos del molinero, no paraban un momento
en
tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras
las
golondrinas, volamos demasiado bien para eso y además yo
pertenezco
a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar
de todo,
era una falta de respeto.
Pero la
mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la mi pequeña
Golondrina
se quedó apenada.
–Mucho
frío hace aquí –le dijo–; pero me quedaré una noche
con vos y
seré vuestra mensajera.
–Gracias,
mi pequeña Golondrina –respondió el Príncipe.
Entonces
la mi pequeña Golondrina arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y
llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad.
Pasó
sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol
blanco.
Pasó
sobre el palacio real y oyó la música de baile.
Una bella
muchacha apareció en el balcón con su novio.
–¡Qué
hermosas son las estrellas –la dijo– y qué poderosa es la
fuerza
del amor!
–Querría
que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial
–respondió
ella–. He mandado bordar en él unas pasionarias
¡pero son
tan perezosas las costureras!
Pasó
sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los
barcos.
Pasó sobre el ghetto y vio a los judíos viejos negociando
entre
ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.
Al fin
llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño
se
agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de
cansancio.
La
Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa,
sobre el
dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho,
abanicando con sus alas la cara del niño.
–¡Qué
fresco más dulce siento! –Murmuró el niño–. Debo estar mejor.
Y cayó en
un delicioso sueño.
Entonces
la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe
Feliz y
le contó lo que había hecho.
–Es curioso
–observa ella–, pero ahora casi siento calor, y sin
embargo,
hace mucho frío.
Y la mi
pequeña Golondrina empezó a reflexionar y entonces se
durmió.
Cuantas veces reflexionaba se dormía.
–¡Notable
fenómeno! –exclamó el profesor de ornitología que
pasaba
por el puente–. ¡Una golondrina en invierno!
Y
escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico
local.
Todo el
mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se
podían
comprender!...–Esta noche parto para Egipto –se decía la Golondrina.
Y sólo de
pensarlo se ponía muy alegre. Visitó todos los monumentos públicos y descansó
un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.
Por todas
partes adónde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:
–¡Qué
extranjera más distinguida!
Y esto la
llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.
–¿Tenéis
algún encargo para Egipto? –le gritó–. Voy a emprender la marcha.
–Golondrina,
Golondrina, mi pequeña Golondrina –dijo el Príncipe–, ¿no te quedarás otra
noche conmigo?
–Me
esperan en Egipto –respondió la Golondrina–. Mañana mis amigas volarán hacia la
segunda catarata.
Allí el
hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón
se alza
sobre un gran trono de granito.
Acecha a
las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus,
lanza un
grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos
leones
bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes agua marinas y sus
rugidos más atronadores que los rugidos de la
catarata.
–Golondrina,
Golondrina, mi pequeña Golondrina –dijo el Príncipe–, allá abajo, al otro lado
de la ciudad, veo a un joven en una
buhardilla.
Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y
en un
vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo
es negro
y rizoso y sus labios rojos como granos de granada.
Tiene
unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una
obra para
el director del teatro, pero siente demasiado frío para
escribir
más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre
le ha
rendido.
–Me
quedaré otra noche con vos –dijo la Golondrina, que tenía
realmente
buen corazón–. ¿Debo llevarle otro rubí?–¡Ay! No tengo más rubíes –dijo el
Príncipe–. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios
traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo.
Lo
venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y
concluirá
su obra.
–Amado
Príncipe –dijo la Golondrina–, no puedo hacer eso.
Y se puso
a llorar.
–¡Golondrina,
Golondrina, mi pequeña Golondrina! –dijo el
Príncipe–.
Haz lo que te pido.
Entonces
la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia
la
buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque
había un
agujero en el techo. La Golondrina entró por él como
una
flecha y se encontró en la habitación.
El joven
tenía la cabeza hundida en sus manos. No oyó el aleteo
del
pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro
colocado
sobre las violetas marchitas.
–Empiezo
a ser estimado –exclamó–. Esto proviene de algún rico
admirador.
Ahora ya puedo terminar la obra.
Y parecía
completamente feliz.
Al día
siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.
Descansó
sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban
enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.–¡Ah, iza! –gritaban a cada caja
que llegaba al puente.
–¡Me voy
a Egipto! –les gritó la Golondrina.
Pero
nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe
Feliz. –He
venido para deciros adiós –le dijo.
–¡Golondrina,
Golondrina, mi pequeña Golondrina! –exclamó el
Príncipe–.
¿No te quedarás conmigo una noche más?
–Es
invierno –replicó la Golondrina– y pronto estará aquí la nieve
glacial.
En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los
cocodrilos,
acostados en el barro, miran perezosamente a los
árboles,
a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en
el templo
de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen
con los
ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros,
pero no
os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de
allá dos
bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis.
El rubí
será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul
como el
océano.
–Allá
abajo, en la plazoleta –contestó el Príncipe Feliz–, tiene
su puesto
una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las
cerillas
al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no
lleva
algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni
zapatos y
lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo,
dáselo y
su padre no le pegará.
–Pasaré
otra noche con vos –dijo la Golondrina–, pero no puedo
arrancaros
el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.
–¡Golondrina,
Golondrina, mi pequeña Golondrina! –dijo el
Príncipe–.
Haz lo que te mando.
Entonces
la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y
emprendió
el vuelo llevándoselo.
la joya
en la palma de su mano.
–¡Qué
bonito pedazo de cristal! –exclamó la niña.
y corrió
a su casa muy alegre.
Entonces
la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.
–Ahora
estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.
–No, mi
pequeña Golondrina –dijo el pobre Príncipe–. Tienes
que ir a
Egipto.
–Me
quedaré con vos para siempre –dijo la Golondrina.
Y se
durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó
sobre el
hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en
países
extraños.
Le habló
de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas
del Nilo
y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es
tan vieja
como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de
los
mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos,
pasando
las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos;
del rey
de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano
y que
adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde
que duerme
en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel
veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas
hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.
–Querida
mi pequeña Golondrina –dijo el Príncipe–, me cuentas
cosas
maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan
los
hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la
miseria.
Vuela por mi ciudad, mi pequeña Golondrina, y dime lo
que veas.
Entonces
la mi pequeña Golondrina voló por la gran ciudad y vio
a los
ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras
los
mendigos estaban sentados a sus puertas.
Voló por
los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de
hambre, mirando con apatía las calles negras.
Bajo los
arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para
calentarse.
–¡Qué
hambre tenemos! –decían. – ¡No se puede estar tumbado aquí! –les gritó un guardia.
Y se alejaron bajo la lluvia.
Entonces
la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había
visto.–Estoy cubierto de oro fino –dijo el Príncipe–; despréndelo hoja por hoja
y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos
felices.
Hoja por
hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin
brillo ni belleza.
Hoja por
hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron
nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.
–¡Ya
tenemos pan! –gritaban. Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.
Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían.
Largos
carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las
casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y
patinaban sobre el hielo.
La pobre
Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería
abandonar
al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.
Picoteaba
las migas a la puerta del panadero cuando éste no la
veía, e
intentaba calentarse batiendo las alas.
volar una
vez más sobre el hombro del Príncipe.
–¡Adiós,
amado Príncipe! –murmuró–. Permitid que os bese la
mano.–Me
da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina –dijo el Príncipe–.
Has permanecido aquí demasiado tiempo.
Pero
tienes que besarme en los labios porque te amo.
–No es a
Egipto adónde voy a ir –dijo la Golondrina–. Voy a ir
a la
morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad?
Y besando
al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.
En el
mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se
hubiera roto algo.
El hecho
es que la coraza de plomo se habla partido en dos. Realmente hacía un frío
terrible.
A la
mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por
la
plazoleta con dos concejales de la ciudad.
Al pasar
junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.
–¡Dios
mío! –exclamó–. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!
–¡Sí,
está verdaderamente andrajoso! –dijeron los concejales de
la
ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.
Y
levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.
–El rubí
de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado
–dijo el
alcalde– En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.
–¡Lo
mismo que un pordiosero! –repitieron a coro los concejales.
–Y tiene
a sus pies un pájaro muerto –prosiguió el alcalde–. Realmente habrá que promulgar
un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.
Y el
secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea.
Entonces
fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.
–¡Al no
ser ya bello, de nada sirve! –dijo el profesor de estética
de la
Universidad.
–Entonces
fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió
al
Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el
metal.
–Podríamos
–propuso– hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.
–O la mía
–dijo cada uno de los concejales.
Y
acabaron disputando.
–¡Qué
cosa más rara! –Dijo el oficial primero de la fundición–.
Este
corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá
que
tirarlo como desecho, Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que
yacía la golondrina muerta.
–Tráeme
las dos cosas más preciosas de la ciudad –dijo Dios a
uno de
sus ángeles. Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el
pájaro
muerto.
–Has
elegido bien –dijo Dios–. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará
eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz
repetirá
mis alabanzas.
Oscar Wilde
Nació en
Dublín y se educó allí y en Oxford. Se destacó desde joven por sus posturas
vanguardistas y su mordacidad para describir la realidad. Escribió novelas,
cuentos y comedias. En 1881 publicó su primer libro, Poemas; siete años más
tarde, El príncipe feliz –probablemente escrita para sus hijos–; y en 1896 da a conocer
El crimen
de lord Arthur Saville . En los años que
siguen, trabaja en varios escritos sobre arte, política y estética, y compone su obra más reconocida: El retrato de
Dorian Gray . A partir de 1892, logró
poner en escena una serie de comedias con un alto contenido de crítica social: El abanico de lady Windermer , Una
mujer sin importancia ,
Un marido
ideal y La importancia de llamarse Ernesto.
Viajó por
toda Europa, por el norte de África y por Estados Unidos. Fue muy reconocido
por la aristocracia londinense hasta que se lo acusó por homosexualidad y debió
enfrentar duras batallas judiciales. Finalmente, lo condenaron a dos años de
trabajos forzados en la cárcel de
Reading, donde escribió Balada de la cárcel de Reading y
De profundis.
Murió en París en el año 1900.
Se lo
considera representante del decadentismo vanguardista.
El
ingenio y la sagacidad que muestra como escritor lo ubican
como uno
de los grandes de la literatura universal.
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